NUESTROS DESEOS, MAPA HACIA NUESTRO DESTINO

A veces nos cuesta identificar nuestros deseos, porque hemos perdido la pista a nuestros sueños.

Pensamos que nuestra vida está bien, y que no deberíamos desear nada más. No nos lo permitimos.

¿Nos hemos planteado alguna vez que podemos querer cosas, sin tener que justificarnos? Podríamos decirnos:
– No quiero explicar mi vida a nadie. Que mi vida sea la explicación.

Cuando tenemos un deseo que significa algo para nosotros, no se desvanece. Nos persigue.

Podemos darnos a la bebida o matarnos a hacer ejercicio, y esconder el deseo, pero siempre vuelve.

Si seguimos nuestro sueños, como si fuera un indicador del camino, viviremos la vida que nos corresponde, en alineación con nosotros mismos y en la que nos sentiremos más vivos. Y sería aplicable a deseos grandes y pequeños: la comida de un restaurante, las personas de las que nos queremos rodear, el lugar donde vivir, nuestra profesión o nuestra imagen.

No escuchar nuestros deseos puede convertirse en un problema. Cuando tenemos un deseo desatendido, abandonado, se manifiesta de formas que requieren distracción (como comer en exceso, o comprar compulsivamente; podéis recordar lo que comentamos en el post -¿Cuál es tu válvula de escape?-).

Nuestros deseos son sagrados. Prestamos atención a los de los demás, a los del mundo, pero no a nuestros deseos más profundos.

Si pensamos en lo que más queremos, lo primero que hará nuestro cerebro, es decirnos que no podemos hacerlo. Pero si hablamos de ello y lo visualizamos, cerebro y corazón se ponen a trabajar para hacerlo realidad. Nos envolvemos de una positividad que hace posible que fluyan ideas y soluciones.

El Universo nos da todo el deseo y toda la duda y nos pregunta:
– ¿Qué vas a hacer con ellas?

Al final del camino, nadie dice:
– Me arrepiento de haber perseguido mis sueños, de haber honrado mis deseos y de haber escuchado a mi corazón.

Viviremos una vida distinta si lo hacemos.

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EL PEOR DE LOS ESCENARIOS

Pensemos en nuestros sueños, en lo que queremos lograr. Muchos nos asustamos y decidimos no fijarnos objetivos, por si ocurre el peor de los escenarios. Nos da miedo arriesgarnos, pasarlo mal, fracasar.

Evaluemos la peor de las hipótesis. Lo peor que puede pasar es una emoción. Porque aunque perdiéramos nuestra reputación, dinero, o un trabajo, supondría un problema para nosotros, por el significado que le damos y por cómo nos sentimos.

Por ejemplo, dejamos un trabajo para montar una empresa, y no nos va bien. Acabamos en el punto de partida, en un trabajo, con un salario. En esencia, lo peor que puede pasar en nuestra mente, ya está ocurriendo.

Evaluemos el coste de no darnos la oportunidad de intentarlo. Nos arriesgamos y no sale bien. ¿Es eso peor que nunca haberlo intentado? Probablemente no nos arrepintamos del esfuerzo que hemos puesto en perseguir nuestros sueños.

Muchas veces no hemos tenido éxito, pero hemos aprendido, y aprovechado la experiencia para conseguir otros logros.

Quizás el fracaso sea no haberlo intentado.

¿Estamos dispuestos a arriesgarnos? ¿O queremos estar tan asustados como para no darnos la oportunidad? Ése es el peor escenario, no dejemos que nuestra vida lo sea.

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TENER PAREJA…¿PARA QUÉ?

Simplemente para tener alguien a quien amar.

A veces nos confundimos, llegamos a una relación con todas nuestras expectativas, con necesidades y deseos, y esperamos que el otro las complete, y si no lo hace, lo convertimos en la causa de nuestra frustración.

Como ocurre con todas las emociones, sólo experimentamos amor si tenemos un pensamiento que lo cause. Cuando estamos inconscientes, no sentimos emociones, tampoco amor. Si alguien nos dice que nos quiere, sentimos amor, pero no por lo que nos ha dicho, sino por lo que hemos pensado. Por eso alguien nos puede decir que nos quiere, y podemos no sentir amor, si no nos lo creemos.

Si ahora mismo no sentimos amor hacia nuestra pareja, es porque estamos eligiendo no hacerlo, no por lo que ella esté haciendo o diciendo.

Nos quejamos de que nuestra pareja hace o dice tal cosa, porque pensamos que sus acciones dictan nuestras emociones (¡y menudo problema entonces!), porque tendríamos que controlar a esa persona para sentirnos de una determinada manera, lo cual es imposible, y además, nos convertiríamos en personas que actúan de forma extraña.

¿Y si el cometido de nuestra pareja fuera simplemente querernos, por su propio interés? ¿Y el nuestro, querer a nuestra pareja? ¿Y si abandonamos todas las reglas que tenemos para sentir amor hacia nuestra pareja? Esto no quiere decir que no le digamos que sería estupendo que hiciese tal cosa, pero cada cual siendo responsable de sus propias necesidades, sin intentar cambiar al otro, de manera que si no accede a nuestra petición, no suponga un problema para nosotros.

Si para querer a nuestra pareja, tiene que hacer una determinada cosa, estamos fastidiados, pero si sólo tiene que mostrarse tal cual es, y vivir su vida, podemos amarla incondicionalmente.

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DECISIONES

Por lo general, nos cuesta tomar decisiones. Nos decimos a nosotros mismos que no sabemos qué hacer, que estamos indecisos.
– ¡Nos ha costado un mes tomar esta decisión!

En realidad, no es así, hemos estado un mes retrasándolo, lo que es decidir, lo hemos hecho en un momento.

Tomar una decisión no es más que eso, hacerlo, y después mantenernos firmes y respaldarnos a nosotros mismos.

Podemos pensar que no hay decisiones correctas e incorrectas, sino que son simplemente decisiones que nos han convertido en quienes somos. ¿Y si el resultado de una decisión fuera siempre ganar o aprender?

Quizás nos ayude preguntarnos: ¿Cuál de estas dos opciones escogeríamos si supiéramos que en cualquiera de ellas vamos a ser felices?

Por ejemplo, si dudamos entre tener hijos o no. Si supiéramos que en ambas circunstancias vamos a tener una experiencia fantástica, ¿Qué haríamos?

También podemos preguntarnos: ¿Qué haría el amor en esta situación?

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LAS OPINIONES DE LOS DEMÁS

A algunas personas les gusta un mar en calma. A otras, un mar embravecido.

A veces hemos intentado gustar a los demás, modificando lo que somos. Intentando así controlar lo que piensen sobre nuestra persona (por ejemplo, intentado que nuestros hijos se comporten, vistiendo de una determinada manera, diciendo lo que toca decir, etc.).

Como si fuéramos un mar en calma que se esfuerza por crear oleaje en sus aguas, para gustar a la gente que hace surf.

Quizás hemos conseguido gustar a más gente, y momentáneamente nos hemos sentido bien, porque los humanos necesitamos sentirnos aceptados, ya que es lo que en el pasado aseguraba nuestra supervivencia, la pertenencia a la manada.

Pero en realidad, quien les gusta no somos nosotros, sino una versión fingida de nosotros mismos. Terminamos por perder nuestra autenticidad, renunciamos a lo que somos. Si tenemos que gustarle a alguien, mejor que sea a nosotros mismos.

Imaginemos que alguien nos habla fatal de nuestra mejor amiga. Seguramente nos dé igual la opinión de esa persona, porque sabemos que nuestra amiga es fantástica. ¿Por qué no reaccionamos de la misma manera cuando alguien habla mal de nosotros? Podríamos decir, realmente me da igual lo que opinen los demás sobre mí, porque me gusta como soy.

Quizás soy un mar embravecido, soy intensa, soy directa, soy impertinente, y no soy diplomática. Pero la gente a la que gusto, le gusto por lo que soy. Y me gusto yo, que es lo más importante.

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ME PASA ALGO

¿Quién no se ha dicho a sí mismo alguna vez: -hay algo en mi cabeza que no funciona correctamente, porque no es normal pensar estas cosas-? A base de repetirnos estas cuestiones, podemos haber llegado incluso a creernos que tenemos un problema.

Pues bien, sí que es normal, y nos pasa a todos los humanos. Por nuestro cerebro pasan cada día decenas de miles de pensamientos, de TODO TIPO.

Sólo son pensamientos, no tienen por qué ser ciertos, no tenemos que creerlos, ni que darles ningún significado.

Nosotros no somos nuestros pensamientos.

Cuando nos descubrimos lidiando con algún pensamiento perturbador, en vez de atribuirle crédito y convencernos de que implica algo sobre nuestra persona, podemos simplemente observarlo, sin juzgarlo, y dejarlo marchar. Podemos decirnos: -aquí está nuestro cerebro haciendo su trabajo-. Decirle al cerebro: -tomo nota de lo que dices, gracias-.

Y entender que se trata de un proceso natural de un cerebro perfectamente sano.

Os pongo un ejemplo. Nos descubrimos pensando que no soportamos a nuestra hija. ¿Quiere esto decir que somos malos padres? Evidentemente no. Es sólo un pensamiento que nos ha ofrecido nuestro cerebro. Alguno de nosotros puede haberse convencido de que tiene un problema por identificar este tipo de pensamientos. Lo curioso es que todos los tenemos, pero nadie lo dice. No vaya a ser que la gente piense mal…¡cómo si pudiéramos controlar lo que la gente piense! Pero es otro tema.

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LO QUIERO YA

A menudo nos reconocemos sintiendo impaciencia. Tenemos prisa por llegar a ese momento en el que hemos perdido el peso que nos sobra, por casarnos o tener un hijo, por lograr ese ascenso, por tener más dinero ahorrado, o por hacernos esa intervención de cirugía estética.

Y esa impaciencia se origina, como toda emoción, en nuestros pensamientos.

Seguramente hemos pensado que seremos más felices cuando consigamos nuestro objetivo, o algo por el estilo. Sin embargo, cuántas veces nos ha pasado, que conseguimos lo que queremos, y al poco tiempo, nos sentimos como al principio (según esta teoría, toda la gente famosa que aparentemente lo tiene todo, debería ser súper feliz, y no es así). Y entonces buscamos otra cosa que desear, porque esta vez sí que todo será distinto cuando la consigamos.

El problema es que nos creemos que las cosas externas a nosotros, las circunstancias, son las responsables de nuestras emociones. Pero no es así. Son nuestros pensamientos (por fin he entendido aquello de que la felicidad hay que buscarla dentro de uno mismo).

Y la experiencia humana es siempre una combinación de emociones positivas y negativas (como decíamos, no tiene sentido querer estar alegre todo el tiempo, porque, porque ejemplo, ante un abuso, seguramente no elegiríamos sentir alegría).

Es estupendo fijarnos objetivos y conseguirlos, pero siendo conscientes de que nuestra experiencia humana -la vida- será la misma una vez lleguemos a la meta.

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CÓMO SENTIR NUESTRAS EMOCIONES

Hemos escuchado muchas veces lo importante que es la educación emocional. Queremos que nuestros hijos estén más expuestos a esta información, que sepan procesar sus emociones. Hemos leído con ellos el Monstruo de Colores mil veces. Pero todavía nos cuesta saber exactamente en qué consiste eso de sentir nuestras emociones.

Una emoción no es más que una vibración en nuestro cuerpo, provocada por un pensamiento que hemos tenido.

Permitirnos sentir nuestras emociones consiste en concentrarnos en identificar esa vibración y prestar atención a dónde se localiza en nuestro cuerpo, qué textura tiene, de qué color diríamos que es, si es rápida o lenta, suave o dura, fría o caliente. En definitiva, que nos esforcemos por prestarle atención y sentirla, intentando describirla con el mayor detalle, dentro de lo abstracto que resulta.

Así se procesa una emoción, y normalmente en un minuto y medio, dejamos de sentirla. Cuando una emoción persiste, generalmente es porque en vez de sentirla, la estamos resistiendo. Como si la emoción fuera una pelota de playa hinchable que intentamos mantener dentro del agua con nuestras manos. Aguantamos hasta que nos agotamos y sale disparada hacia el exterior con más fuera.

Ocurre con cualquier emoción, pero este el principal problema que tenemos muchos con la ansiedad, que nos resistimos a ella en vez de sentirla, y terminamos completamente exhaustos.

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LÍMITES

En algunas ocasiones podemos plantearnos introducir ciertos límites, cuando se produce una invasión de nuestro espacio físico o emocional.

Un límite consiste en realizar un requerimiento a la persona que en cuestión lo está incumpliendo, e informarle de que en caso de no respetarlo, por nuestra parte habrá una consecuencia. Deben darse ambas circunstancias, porque si no lo decimos, la persona puede no ser consciente de que está sobrepasando una barrera.

Tenemos que tener claro que el límite no se pone para controlar el comportamiento de nadie, sino para protegernos nosotros mismos (si no hay una violación de nuestro espacio, no es una cuestión de límites, sino más bien de libro de instrucciones, y no se trata de intentar manipular al otro).

Tenemos que contar con que la persona puede no acceder a nuestra petición, en cuyo caso, debemos estar dispuestos a cumplir con nuestra parte, llevando a cabo la consecuencia. Esto no es sencillo, porque tenemos que estar dispuestos a arriesgar la relación (no podemos controlar la reacción del otro), pero desde luego si no sentamos el límite, somos nosotros los que estamos arruinando la relación, al no decirle la verdad a la otra persona y guardarle resentimiento y frustración por esa invasión que realiza.

Los límites deben salir del amor y de la calma, nunca introducirlos cuando estemos enfadados o resentidos (no son un castigo hacia la otra persona); en ese caso, tendríamos que procesar esas emociones primero y esperar a encontrarnos en la situación apropiada.

Por ejemplo, nuestra suegra suele venir a visitar a los niños sin avisar (violación de nuestro espacio). La petición supondría decirle que esto es una cuestión de límites nuestra, que por favor nos avisara antes de venir, para estar preparados, que es estupenda y que la queremos mucho. La consecuencia sería explicarle que en caso de no hacerlo, tal vez no podremos abrir.

Si somos capaces de hacer esto, incrementaremos nuestro nivel de intimidad, autenticidad y honestidad con ella, haciendo honor a nosotros mismos, protegiéndonos nosotros y esa relación con la persona a la que queremos.

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EL AMOR INCONDICIONAL NUNCA ES LA NEGACIÓN DE UNA VERDAD TUYA

Y es lo contrario a lo que supone intentar agradar a los demás a toda costa (en el fondo, es mentir).

Cuando hacemos algo que no queremos hacer, porque los demás quieren que lo hagamos, nos decimos a nosotros mismos que lo hacemos por ellos, por ser generosos, pero en realidad, estamos siendo egoístas con nosotros mismos, obligándonos a hacer algo que no sale de nosotros.

Y lo sabremos, porque no lo sentimos como un acto de amor, sino como algo más parecido al resentimiento. Si queremos proteger la relación con esa persona porque nos importa, lo más apropiado es mostrarnos auténticos y decir la verdad, y amarla incondicionalmente sea cual sea su respuesta.

Agradar a las personas es el camino fácil para desarrollar y mantener relaciones superficiales, porque les dices lo que quieren oír, y ellas te responden en la misma línea. Pero te pierdes tú.

Amar a alguien incondicionalmente supone decir la verdad y responder con amor sea cual sea su reacción, y por supuesto, quererte a ti mismo sin pasar por encima de tu propia verdad.

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