Hace algunos días, me topé con esta frase de Nietzsche: -TODA CONVICCIÓN ES UNA CÁRCEL-.
Y automáticamente me vinieron a la mente muchos de los pensamientos que tenemos en esa primera fase temporal de nuestra extrasistolia, en la que no levantamos cabeza:
- No puedo hacer ejercicio cuando tengo extrasístoles, por si me da un infarto o se me desencadena una arritmia
- Debo evitar todo lo que me provoque extrasístoles (situaciones, comidas, personas), porque cuando las tengo, estoy en peligro
- Cuando tengo extrasístoles no puedo trabajar, ni realizar tareas que requieran concentración
- Salirme de mi rutina, alejarme de mi barrio, de mi hospital o incluso de mi casa, supone exponerme a un situación de riesgo, porque puedo tener extrasístoles en cualquier momento
Porque como consecuencia de pensar estas cosas, sentimos miedo, angustia o ansiedad, y lo que hacemos entonces, es dejar de hacer ejercicio o deporte, abandonar las comidas, reuniones, eventos o personas que relacionamos con las extrasístoles, posponemos reuniones de trabajo o con clientes, o pedimos que alguien nos sustituya en ellas, evitamos o dejamos para otro momento las tareas que consideramos importantes realizando el mínimo para -sobrevivir-, y renunciamos a viajes, actividades, planes o escapadas para limitarnos a permanecer en esa zona en la que nos encontramos seguros.
Cuando tenemos estos pensamientos y los consideramos verdades absolutas, cuando se convierten en convicciones, suponen una auténtica cárcel construida por nosotros mismos.
