Hemos escuchado muchas veces lo importante que es la educación emocional. Queremos que nuestros hijos estén más expuestos a esta información, que sepan procesar sus emociones. Hemos leído con ellos el Monstruo de Colores mil veces. Pero todavía nos cuesta saber exactamente en qué consiste eso de sentir nuestras emociones.
Una emoción no es más que una vibración en nuestro cuerpo, provocada por un pensamiento que hemos tenido.
Permitirnos sentir nuestras emociones consiste en concentrarnos en identificar esa vibración y prestar atención a dónde se localiza en nuestro cuerpo, qué textura tiene, de qué color diríamos que es, si es rápida o lenta, suave o dura, fría o caliente. En definitiva, que nos esforcemos por prestarle atención y sentirla, intentando describirla con el mayor detalle, dentro de lo abstracto que resulta.
Así se procesa una emoción, y normalmente en un minuto y medio, dejamos de sentirla. Cuando una emoción persiste, generalmente es porque en vez de sentirla, la estamos resistiendo. Como si la emoción fuera una pelota de playa hinchable que intentamos mantener dentro del agua con nuestras manos. Aguantamos hasta que nos agotamos y sale disparada hacia el exterior con más fuera.
Ocurre con cualquier emoción, pero este el principal problema que tenemos muchos con la ansiedad, que nos resistimos a ella en vez de sentirla, y terminamos completamente exhaustos.
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