Puede que esto no sea igual para todos, pero creo que no me equivoco cuando digo que creo que no soy la única a la que las extrasístoles le han hecho reflexionar sobre la muerte.
Todo empezó así. Yo estaba agotada, trabajando, con dos niños menores de 3 años, y sin esperarlo, murió el primero de mis cuatro abuelos. Me diagnosticaron un citomegalovirus, nada grave, pero era esperable que tuviera un cansancio intenso y cuerpo de gripe durante todavía, un mes más. Además de sentir una inmensa tristeza (sí, es ley de vida, y debería estar agradecida por haber podido disfrutar de ellos tanto tiempo, pero racionalizar todo esto no quita el dolor) por la pérdida de mi abuelo, empecé a plantearme por primera vez la realidad de la muerte, que puede estar para todos a la vuelta de la esquina. ¿Qué habrá realmente después? ¿Será como me han contado? ¿Y si sólo hay oscuridad? ¿Sufriré en el proceso? ¿Y qué pasará con mis hijos si me llega el momento de partir, cuando todavía me necesitan?
Esperando los resultados de una analítica en el hospital, me tomé en la cafetería un café, y ahí comenzó mi primera fiesta de extrasístoles, todo en este contexto mental que acabo de describir. Y por supuesto, me sentí más cerca de la muerte que nunca, cada extrasístole me recordaba que el cualquier momento un corazón puede pararse, y no arrancar nunca más. Cada extrasístole me parecía ese último latido.
Pasé unos meses oscuros. Uno años, quizás. Un duelo mal hecho, sin permitir las emociones, sin saber nada de ellas, mucha ansiedad, muchas extrasístoles, y muchos pensamientos por defecto y descontrolados.
Pero ahora estoy agradecida, por todo lo que he aprendido, y por todo este proceso que me ha acercado a la vida. Ahora sé que los pensamientos crean nuestras emociones, que los pensamientos se pueden elegir, y que también podemos sentir las emociones. He aprendido a entender las emociones como parte de la naturaleza humana, y he comprendido que siempre habrá momentos agradables y otros desagradables, sin que trasitar por estos últimos suponga que algo va mal.
Aceptar que la muerte está ahí, y que también puedo elegir cómo quiero pensar sobre ella, me ha parecido algo liberador. No sólo he llegado a creer que las extrasístoles no me van a matar, sino que también pienso que la muerte no tiene por qué ser una experiencia aterradora. Quizás sea una transición más, como otra cualquiera de la vida. Quizás pueda llegar a sentir paz, pensando que vendrá justo cuando tenga que llegar, en el momento perfecto. No sé si será así o no, pero pensar de esta manera me permite vivir con calma y con confianza los días presentes. Ya me di cuenta de que los pensamientos que tenía por defecto, sólo me generaban angustia en el presente, y me hacían vivir una especie de muerte permanente en vida.
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