No sé qué explicación científica puede existir tras estas palabras (también me ha venido a la mente el dicho popular -perro ladrador, poco mordedor-), pero sí que parece claro que hablar de lo que pensamos y sentimos, es sano, nos ayuda a conectar con nosotros mismos y con los demás.
En ocasiones, hemos elegido no hablar del tema con gente que no las tiene, porque pensamos que no nos entienden, nos sentimos incomprendidos ante determinados comentarios o ante los intentos ajenos de quitar importancia al asunto, o de relativizarlo.
También agradecemos encontrar otras personas que las sufren y que han pasado por una experiencia similar a la que nos ocupa. Tomamos como referencia los resultados positivos, generamos esperanza, y también parece que nos sentimos menos mal al ver que no somos los únicos que sufrimos por nuestros latidos extra.
En mi opinión, es bueno hablar de ellas. Hasta que nos aburramos. Porque ese momento llega. Y cuando esto ocurre, el problema ya no existe.
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