En lo que respecta a las extrasístoles, la mayoría de las veces nos creemos todo lo que nuestro cerebro nos ofrece. Cualquier cosa que se nos pasa por la cabeza. No aplicamos el más mínimo filtro a esas frases que nos proporciona nuestra mente a modo de vocecilla (¿sabia?) interior.
Para otras cuestiones, seguramente somos más racionales. Probablemente en cualquier otra situación, somos capaces de reconocer nuestras ideas fantasiosas y en general, sabemos distinguir la realidad de la ciencia ficción. Sin embargo, es comenzar a sentir extrasístoles, y nos convertimos en seres puramente viscerales sin capacidad alguna de raciocinio.
De pronto, todo es verdad:
- Esta extrasístole tan fuerte que he sentido tiene que haber dañado mi corazón
- Seguro que en una de éstas, me quedo en el sitio
- Si mi corazón hace cosas tan raras, es porque funciona mal
- Soy un enfermo y los médicos no son conscientes
- Esta crisis de extrasístoles no va a remitir nunca y voy a pasarme en éstas el resto de mis días, que por cierto, no serán muchos más
- Debería ir pensando en despedirme de los míos y en hacer testamento
¿Y si como en otras ocasiones, cuestionáramos la veracidad de esos pensamientos? ¿Y si nos comprometiéramos a supervisarlos, tomando un poco de distancia? ¿Seguiríamos pensando que vamos a ser la primera persona a la que una extrasístole mata? ¿Creeríamos que toda la comunidad médica se equivoca cuando nos dice que las extrasístoles no van a modificar ni dañar los corazones de tantos pacientes? ¿Realmente es hacer testamento y pensar en nuestras últimas voluntades lo más interesante que se nos ocurre hacer ahora mismo?
Pensamientos, son sólo pensamientos. Decenas de miles al día van a pasar por nuestras cabezas. Vamos a dejarlos ser lo que son, pensamientos, no verdades absolutas. No tenemos que creérnoslos, simplemente observarlos, reconocer los que nos sirvan para conservarlos, y el resto, dejarlos marchar.
