Con frecuencia experimentamos la preocupación como una cadena de pensamientos negativos, imágenes y dudas sobre cosas que podrían ocurrir en el futuro.
En esencia, los que nos preocupamos, tendemos a centrarnos en lo que está a la vuelta de la esquina, en vez de hacerlo en lo que tenemos aquí y ahora.
Para la mayoría, la preocupación no versa sobre lo cierto, sino más bien sobre los asuntos cuyo resultado es incierto.
La preocupación sobre una cuestión, a menudo nos lleva rápida y fácilmente a preocuparnos por otro asunto distinto.
Como resultado, los preocupados nos vemos atrapados en un remolino de pensamientos sobre cosas horribles que podrían ocurrir.
A menudo, son opciones poco probables, pero una vez dentro de la espiral en la que nos sumergimos, nos parecen muy reales.
En el centro de la espiral, sentimos que no podemos dejar de preocuparnos. La preocupación parece incontrolable, y nuestros intentos de pararla se nos antojan inefectivos. Incluso la hacen crecer.
Nos sentimos tensos, nerviosos o presa del pánico. Tal vez decimos que estamos sobrepasados, indefensos, paralizados por la incertidumbre. No nos vemos capaces de enfrentarnos a los problemas cotidianos que la vida nos presenta. Quizás tengamos baja autoestima y no confiemos en nosotros mismos.
Inmersos en la vorágine, la emoción predominante es la ansiedad. Cuando la tormenta cesa, nos sentimos desmoralizados y exhaustos.
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