Las situaciones en sí mismas no son el problema, ni tampoco la presencia de incertidumbre.
Es como si los que nos preocupamos en exceso, fuéramos mucho más sensibles a pequeñas cantidades de incertidumbre en las situaciones del día a día.
Podríamos pensar que la intolerancia a la incertidumbre es como una alergia. Para el alérgico al polen, una pequeña cantidad, puede provocarle una fuerte reacción.
Esto también ocurre con la preocupación; sólo precisamos una pequeña cantidad de incertidumbre, para desencadenar excesiva preocupación y ansiedad.
Para muchos de los que nos preocupamos con facilidad, lo hacemos, aunque exista una posibilidad entre un millón de que algo malo ocurra.
Ese pequeño resquicio de duda alimenta la espiral de la preocupación.
La incertidumbre puede presentarse de manera obvia para todos. Nos pueden llamar de nuestro trabajo con un imprevisto, o algún ser querido puede infectarse de covid. Pero también puede ser sutil, y aparecer en conversaciones. Por ejemplo, si alguien nos dice que llegará algo después de las 22h.
Los que nos preocupamos preferimos la certeza. Desafortunadamente, es, con frecuencia, imposible de tener.
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