La preocupación podría asemejarse a una póliza de seguros que cubriera las incertidumbres de la vida. Un seguro no puede evitar que ocurran las cosas, pero reduce el perjuicio económico si suceden.
En algunos casos, es razonable contratar un seguro, pero si el coste es demasiado elevado, tal vez no merezca la pena. ¿Estaríamos interesados asegurar una batidora por la mitad de lo que cuesta una nueva? Es posible que prefiramos aceptar la incertidumbre, decidir ocuparnos del problema si es que ocurre, y ahorrarnos la prima.
De igual manera, el coste en horas de preocupación malgastada, el nudo en el estómago, la pérdida de sueño, la tensión en hombros, el dolor de espalda y las extrasístoles, es simplemente demasiado elevado.
La preocupación aparece para ofrecer la promesa de una solución a la incertidumbre, pero nunca termina de cumplirla.
Si gastamos menos dinero en seguros para cosas que podrían ir mal (pero que podrían no suceder), podemos invertir en otras que realmente nos importan.
Si empleamos menos energía en preocuparnos por asuntos que podrían torcerse, también podremos utilizarla en perseguir lo que realmente nos importa ahora mismo.
Para los grandes eventos, probablemente asegurarnos sea un buena idea, pero quizás para pequeños riesgos, no lo sea tanto.
Quizás queramos seguir preocupándonos por las cosas gordas, pero decidamos no hacerlo con el resto de insignificancias inciertas de la vida.
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