Muchos de nosotros sentimos rabia ante las injusticias. Consideramos que nuestro enfado está justificado, porque tenemos pensamientos del tipo:
– Esto no debería haber ocurrido.
Inmersos en la ira, no somos capaces de ver más allá. Aunque queramos ser más comprensivos y salir de la espiral, no podemos. Incluso cuando hemos identificado el pensamiento que nos causa el enojo, nos cuesta, porque nuestro cerebro insiste en hacernos creer que es útil y necesario proyectarlo hacia lo que provoca la injusticia.
Cuando hemos conseguido salir del estado obsesivo de enajenación, a veces nos damos cuenta de lo desproporcionado de la situación. Tal vez, alguien que nos observa desde fuera, nos lo diga:
– No hagas caso, pasa del tema. No merece la pena.
Pero si no hemos salido del enojo, puede que estemos en el lugar en el que la venganza tiene sentido. Si tú me das una injusticia, yo te respondo con otra, ¿no?
A lo mejor un niño en el cole ha insultado a nuestro hijo, y nos apetece ir a explicárselo, en plan madre chunga. Luego hasta nos reimos, de lo ridículo que nos parece, una vez hemos recuperado la claridad mental. Menos mal que sabemos pararnos antes de reaccionar.
Decía Aristóteles que en la ira hay, a la vez, dolor y placer. Y es que cuando alguien hace algo que nos duele, preferimos sentir enfado a sentir tristeza. Puede que por la ilusión de poder frente a la aparente debilidad.
Pero, ¿de verdad nos es útil la ira?
Las espirales de ira consumen mucha de nuestra energía. Puede que estemos acostumbrados a las ansiosas y sintamos que las vorágines rabiosas nos desgastan aún más, si cabe.
Si nuestra pareja nos engaña y reaccionamos frente a la rabia, chillaremos, insultaremos, romperemos objetos. Nos haremos daño a nosotros mismos y a nuestras familias. ¿Nos sirve de algo dar un puñetazo a un vidrio y cortarnos?
Quizás queramos ver la ira como la chispa (que sólo tiene que durar un instante y no es perpetua) que crea un sueño. El indicador, el golpecito en el hombro que nos llama la atención hacia algo que no está bien, para que intentemos cambiarlo. Pero desde otra emoción que nos lleve a construir algo bueno.
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