Hemos escuchado muchas veces algo así como que no hay que esperar nada de nadie. Si nos paramos a pensar, nos daremos cuenta de que tenemos un libro de instrucciones para los demás.
Tenemos una especie de manual donde se especifica cómo tiene que ser una buena hija, cómo debe actuar un marido y padre, una madre, una hermana, una suegra, una buena amiga etc. Y cuando no se comportan de la manera que esperamos, tenemos un pensamiento del tipo: una buena amiga no haría o diría esto. Y como consecuencia, nos sentimos defraudados o desilusionados (o lo que corresponda con lo que hemos pensado).
Lo cierto es que no podemos controlar a las personas. Lo que los demás hacen o dicen, depende de sus propias emociones y pensamientos. Por mucho que nos gustaría, nunca podemos controlar lo que otra persona piensa. De nuevo, luchar contra la realidad, es una batalla perdida. Cada persona va a actuar como quiera.
Podemos pedir, por supuesto, a nuestros hijos o a nuestros maridos, que hagan tal cosa, pero pueden no acceder a lo requerido. Y si esto ocurre, yo particularmente prefiero deshacerme del manual de instrucciones con el que mi cerebro me ofrece pensamientos del tipo: una buena amiga debería hacer esto. Me resulta mucho más útil pensar que cada persona es como es, y actúa como quiere, y eso constituyen mis circunstancias, frente a las cuáles yo elijo cómo pensar, sentir y actuar.
Nuestras emociones y nuestras reacciones dependen de nosotros mismos y no de los demás.
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