Cuando era pequeña, durante muchos años, lo que más deseaba en el mundo era que mis padres me compraran un caballo. Por supuesto, yo creía firmemente que si aquello llegaba a ocurrir, yo alcanzaría el estado de felicidad suprema, máxima y absoluta.
A estas alturas de la película, todos sabemos la teoría: no hay nada mejor que lo que tenemos en el momento presente. No vamos a ser más felices cuando consigamos aquello (lo que sea) que más deseamos.
Pero, no me digáis que no, de manera secreta, nos decimos a nosotros mismos que sí que hay algo mejor que el momento presente. Y que sí que seremos más felices cuando logremos lo que nuestro corazón más anhela (aquello que todos sabemos).
Tenemos que estar alineados con nuestro cerebro en esto, antes de comenzar a trabajar por y para nuestros sueños. No podemos contarnos la historia de que esa versión nuestra del futuro es mejor que lo que somos ahora, que lo que tenemos justo delante.
No vamos a ser más felices cuando no tengamos extrasístoles. Ni cuando dejemos de sentir las pausas compensatorias posteriores, o las taquicardias que notamos cuando nos asustamos o nos invade la ansiedad. Ni tampoco si en algún momento llegamos a olvidarnos de los cardiólogos, electrocardiogramas, holters, ecocardios, pruebas de esfuerzo, ni de los términos bigeminismo, trigeminismo, ablación o fibrilación.
Sí, lo sé, nuestro cerebro se resiste a creerlo. Si lo tenemos claro, podemos empezar a trabajar.
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