El miedo es una manera de responder a un peligro inmediato. La preocupación, una forma de lidiar con un potencial peligro futuro.
Preocuparnos sería planificar que no nos encontremos con un oso en el bosque, o que si lo hacemos, no nos ataque. También supone que, en caso de que lo haga, sepamos cómo escapar, y qué hacer si todo lo demás falla.
La capacidad de pensar y planificar nos ha ayudado a evolucionar.
Muchos animales cuyos cerebros son menos evolucionados que los de los humanos, se sirven del mecanismo del miedo como respuesta. Nuestros cerebros, sin embargo, han evolucionado hacia el lenguaje, la resolución de problemas y la capacidad de planificar.
Cuando el sistema de preocupación se activa, el del miedo se relaja, y en vez de reaccionar a través de la huida, la paralización o el susto, el cerebro entra en modo preguntas del tipo:
– ¿Y si…?
– ¿Qué podría hacer yo entonces?
Está claro que todos necesitamos algo de esta habilidad. Pero, ¿cuánto?
Preocuparse supone ser humano. Hacerlo en exceso, intentar ser un superhéroe.
¿Quién es capaz de prevenir, lidiar, mejorar o recomponer absolutamente todo lo que podría ir mal en cualquier momento y lugar?
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