¡Qué Navidad tan rara! Y larga. Hacía años que no me juntaba con tantos días de vacaciones a final de año.
Agridulce. Por una parte, muy tranquila, y lo agradezco. Por otra, siento no haber podido ver a mucha de la gente a la que quiero. Disfrutando de cada plan, y a la vez, de no tener planes.
Recojo el árbol pensando que es toda una proeza haber podido viajar para reunirnos con nuestros padres. Me cuenta un amigo de Bratislava que allí ha estado todo cerrado y sólo podían salir de casa para ir al médico y a la farmacia. Uff. De pronto, siento que mi mente se aleja de mi cuerpo y recuerdo los meses de encierro, y todas las terribles noticias que tomé la determinación de dejar de ver, y tengo la sensación de que todo esto no ha pasado, de que es una película de ciencia ficción. Cambio de pensamiento de forma automática y me veo en unos años hablando con mis amigos…¿os acordáis de la pandemia?
Me preguntaba mi hijo si cuando autorizaran el hecho de no usar mascarilla, yo iba a permitirle no llevarla. Se me coló un pensamiento:
– Pero, ¿esto va a ocurrir?
Y otro en forma de imagen, en la que todos quemábamos las mascarillas en hogueras, e instaurábamos una fiesta, como las hogueras de San Juan o las Fallas.
A mi hija no le sirve hablar por teléfono con sus abuelas, porque dice que no es lo mismo, que quiere tocarlas.
Ya está bien de vacaciones. ¡¡Se acabaron también para ti, cerebro querido!!
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PENSANDO CON INTENCIÓN 