La incertidumbre.
Para empezar a hablar de esta emoción, podemos recordar la experiencia que vivimos todos cuando nos sentamos a ver una película de terror.
Generalmente, hay cierta sensación de suspense, ya que sabemos que algo horrible está a punto de suceder. Cuando la peli es buena, no estamos del todo seguros de lo que ocurrirá; dónde, cómo o cuándo, o incluso, a quién. De hecho, ni siquiera podemos averiguar si pasará algo o no. A veces estamos preparados para un buen susto, y termina la escena sin pena ni gloria.
Sin embargo, percibimos una especie de ambiente hacia la inevitabilidad de que algo malo se avecina. Los mejores directores lo saben llevar al límite. Y para los que el género en cuestión nos gusta, es un auténtico regalo.
Cuando nos encontramos inmersos en este estado de suspense, tal vez muchos de nosotros intentamos hacer algo para recuperar el control de la situación.
¿Alguna vez nos hemos marchado de la sala o hemos apagado la tele?
¿Nos hemos tapado los ojos para dejar de ver la pantalla?
¿Nos hemos tapado los oídos, quizás, para dejar de escuchar la música aterradora?
Todas estas acciones han estado motivadas por las emociones incómodas y reales que acompañan a esta sensación de incertidumbre total.
Por cierto, el dibujo de la imagen es de mi hijo pequeño, que está totalmente enganchado al subidón de adrenalina que provocan.
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