Es posible que recordemos aquellos días duros en los que estábamos criando un bebé. Seguramente deseábamos que el bebé se convirtiera en un niño con el que poder razonar, en vez de escuchar esos llantos a los que no sabíamos dar consuelo. Ahora que tenemos niños independientes, quizás echemos de menos a ese bebé al que poder atender.
Tal vez no tengamos hijos, pero sí que hayamos prosperado en un empleo y gestionemos asuntos de gran responsabilidad. A lo mejor echamos de menos la libertad y la ignorancia de los inicios, pero a la vez, recordamos cómo entonces todo lo que queríamos era un trabajo estable que nos motivara y donde pudiésemos desarrollar toda nuestra ambición y capacidad.
Ahora que no tenemos abuelos, seguramente daríamos algo por poder disfrutar un rato de su compañía, en vez de simplemente hacerlo en sueños. Sin embargo, mirando atrás, dábamos por sentada su presencia, igual que hacemos ahora con nuestros padres, y con el resto de personas a las que queremos.
La buena noticia, es que tenemos la capacidad de centrarnos en lo que queramos. Podemos dirigir pensamientos y atención, pese a que nuestros cerebros estén programados para buscar problemas, en vez de apreciar lo bueno que tenemos en el momento. La bella maldición del ser humano.
Siempre hay alguien que querría estar en nuestro lugar, sean los que sean nuestros problemas.
Podemos elegir ser agradecidos aquí y ahora.
Éstos son los buenos viejos tiempos que echaremos de menos después.
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