¿Os imagináis ver una película en la que todo el mundo es feliz, y no ocurre ninguna desgracia o conspiración, no hay ningún affair, nadie estafa, roba, engaña o mata a nadie?
Nos encanta el drama.
Y lo generamos con las historias que nos contamos.
Tal vez lo reconocemos en los demás, pero generalmente, nos cuesta reconocerlo en nuestra propia vida.
Me maravillan las personas que son capaces de ceñirse a los hechos, y simplificar los problemas. A veces quedan tan reducidos, que ni siquiera son tal cosa.
Un amigo, padre del mejor amigo de mi hijo, es un tipo genial. Sabe divertirse como el que más, pero siempre se muestra paciente y relativiza, transmite calma allá a donde vaya. Una vez estuvimos atrapados en el peor atasco de la historia de Madrid, y pasamos en su coche tan cómodos, las dos horas y media que estuvimos retenidos. Mi tendencia natural es otra, como os podéis imaginar (llego tarde al trabajo, tengo que recuperar el tiempo, no llego después a por los niños, no puedo comer, voy a petar y morir).
Su mujer y yo (más yo que ella, pero es tan generosa que aguantaría todas mis desvaríos) podemos estar hablando de alguna situación injusta del cole y los niños, de conspiraciones del trabajo, o de situaciones que entrañan peligro de muerte, y él nos sorprende con un simple y sabio:
– Tendrá sus razones.
O
– Se habrá levantado hoy con el pie izquierdo.
O
– Todo irá bien.
El drama innecesario que añadimos a las circunstancias de nuestra vida, nos causa estrés, ansiedad y sufrimiento.
Podemos maximizarlo o minimizarlo según nos convenga, para actuar desde un estado de alarma, o de claridad mental.
Nuestra pareja nos engaña. Podemos gritar y patalear o ceñirnos a los hechos. Y desde la calma se puede decir: me marcho (o no).
Quizás no queramos suprimir el drama, pero sería estupendo que fuéramos capaces de, al menos, reconocerlo. Y así tomar la decisión de manera consciente.
¿Somos capaces de separar los hechos del drama añadido de nuestra vida?
#drama #ansiedad #emociones
