Creo que puedo decir que gran parte de los que vivimos con extrasístoles, nos hemos preguntado en alguna ocasión si estamos en nuestro sano juicio. Cuando los pensamientos que rondan constantemente nuestra cabeza son monotemáticos, y se nos antoja estar rozando la obsesión, la sensación de pérdida de control es absoluta, y la realidad parece alejarse de nosotros.
Por otro lado, es precisamente el patrón aleatorio de nuestras extrasístoles, lo que nos genera pensamientos catastrofistas, y consecuentemente, un absoluto desasosiego.
Querríamos entenderlas. Querríamos predecirlas. Y por supuesto, querríamos poder controlarlas.
Si nuestro cuerpo fuera el mundo, la vida real, las extrasístoles serían esos locos que lo pueblan. Y por supuesto que nos asustan, porque como dice Tim Burton, esa completa exención de las convenciones sociales, es lo más aterrador que podemos imaginar. Sabemos que una persona en su sano juicio no va a atacarnos, pero, ¿qué puede hacer una persona que vive en un delirio continuado? No tenemos ni la más remota idea de cómo puede comportarse cuando nos crucemos con ella, y nuestro cerebro, en su afán protector, identifica en el sujeto, una potencial amenaza.
Nuestro trabajo será cuestionar esos pensamientos. ¿Acaso todas las personas cuya mente divaga en una realidad paralela son agresivas? ¿Qué posibilidad real hay de que nos agredan? Las estadísticas nos mostrarán una probabilidad ínfima. Seguramente ni siquiera interaccionaran con nosotros en el hipotético caso de que nos cruzásemos en una calle.
Lo mismo ocurre con las extrasístoles. ¿Qué posibilidad real existe de que nos hagan daño? Una tan minúscula que resultaría ridícula. Podemos elegir dejar de verlas como una amenaza. ¿Por qué? Pues porque si no, los que acabamos presos de la locura y viviendo en una realidad delirante somos nosotros mismos. Nosotros terminamos siendo nuestra peor amenaza.
