No estamos descontrolados, sino simplemente programados para sentir deseo.
El deseo es algo que aprendemos y repetimos. Lo practicamos suficientes veces con su correspondiente recompensa, y se convierte en algo natural, que ocurre involuntariamente en nuestro cerebro.
La recompensa es la inundación de dopamina en nuestro cerebro. Tenemos un pensamiento del tipo -quiero esto-, que nos genera la emoción -deseo-, y cuando sucumbimos a él, llega la recompensa en forma de dopamina. No hay combinación más poderosa.
Esos pensamientos programados nuestros, junto con la recompensa, forman la tormenta perfecta.
Cuando no respondemos a ese deseo, experimentamos un determinado nivel de sufrimiento, que puede llegar a ser muy intenso.
Cuando respondemos, llega un punto en el que, ante tal influjo de dopamina, los receptores de la misma necesitan más cantidad de aquello que deseamos, para conseguir el mismo efecto. Cuanto más lo repetimos, mayor es el deseo, hasta que se convierte en lo único que nos importa. Para nuestro cerebro no hay otra prioridad, y es entonces cuando nos encontramos en completa adicción.
La buena noticia es que de la misma manera que nosotros hemos creado el deseo, con nuestros pensamientos, de la misma manera, podemos deshacerlo.
¿Hay algo en tu vida que te gustaría no desear tan intensamente?
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