Me cautivó el primer párrafo del prólogo del libro – LA COMUNICACIÓN NO VERBAL-, de Flora Davis. Dice así:
Pertenezco a la clase de personas que no confía plenamente en el uso del teléfono. No es que considere que el sistema telefónico se esté desintegrando, -a pesar de que en ciertas circunstancias da esa impresión-, sino que al emplear este medio me parece que no logro saber a ciencia cierta lo que está pensando realmente la otra persona. Si no puedo verla, ¿cómo puedo adivinar sus sentimientos? Y, ¿qué importancia tiene lo que dice si desconozco lo que piensa?
¿Qué es lo realmente importante? ¿Lo que una persona hace? ¿Lo que una persona dice? ¿Lo que una persona siente? ¿Lo que una persona piensa?
¿En qué nivel de los anteriores entendéis que yace la honestidad que buscais en vuestra comunicación con los demás?
Mi teoría personal -y no es más que una opinión de alguien que tiene extrasístoles, como muchos de vosotros-, es que las extrasístoles son una de las consecuencias de la emociones que nos produce la disonancia cognitiva que convive con nosotros cuando llevamos tiempo expuestos a un conflicto en el que lo que hacemos, decimos, sentimos y pensamos carece de alineación y de integridad.
