Nos cuesta aceptar la idea de que una infidelidad puede ocurrir en ausencia de problemas matrimoniales serios.
Nuestra cultura nos dice que no hay aventuras sin culpables.
Cuando no podemos culpar a la relación, tendemos a señalar al individuo con un dedo acusador.
En la literatura clínica hay múltiples tipos de infieles. Como si el carácter siempre fuera a triunfar sobre las circunstancias. Donde antes hablábamos de pecado, ahora hablamos de patología. Ya no somos pecadores, sino enfermos. Irónicamente, era más sencillo redimirnos de nuestros pecados, que deshacernos de un diagnóstico.
Sorprende, o no, que ahora, estos diagnósticos, se hayan vuelto muy codiciadas en el mundo de la recuperación post-affair.
Una parte quiere agarrarse al término, si eso implica encontrar una excusa para 20 años de engaño. La otra, intenta comprender su relación con el abandono paterno y con el hecho de haberse quedado al cuidado de su madre y hermana.
No siempre es sencillo controlar nuestros pensamientos y ofrecer compasión y comprensión.
Puede que a alguien se le escape:
– ¿Necesitas un diagnóstico para dejar de comportarte como un cerdo?
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PENSANDO CON INTENCIÓN 