Éste es un post muy personal.
Cada año, en mi cumpleaños, sigo un ritual.
Se trata de ir apuntando en un trozo de papel, el nombre de las personas que me felicitan. La lista blanca.
Al final del día, lo repaso y hago el negativo, es decir, apunto en otro papel el nombre de las personas cuya felicitación espero y no ha llegado. La lista negra.
Hasta ahora me contaba a mí misma que era una manera de evaluar cómo estaba mi entorno cercano, mis relaciones.
Fui viendo con tristeza cómo mis abuelos se iban olvidando de las fechas conforme se hacían mayores. Algunos amigos dejaban de felicitarme cuando nuestros caminos divergían.
Porque yo siempre me acuerdo de los cumpleaños de la gente que me importa, me decía a mí misma. Porque hay amigos con los que apenas hablas, pero se acuerdan de ti una vez al año, el día de tu cumpleaños. Si no se acuerdan ni siquiera de ti ese día, mala señal. Yo le daba el significado de que la relación empezaba entonces a dejar de existir.
Pero no todo era malo. Me escudaba en la alegría que me provocaba recibir las felicitaciones de mi gente de toda la vida, de mis incondicionales, y de aquellos amigos, que pese a que la vida nos habría alejado, seguían acordándose de mí ese día especial.
Este año, como podéis imaginar, no habrá tal lista. Y si la hay, no la usaré en mi contra. El hecho de que alguien me felicite, no quiere decir que no me tenga presente en su vida.
Puede simplemente haberse olvidado. Puede que no dé ningún significado a felicitar los cumpleaños. O puede que no me tenga presente, pero que siga conservando intacto el cariño hacia mí.
O puede que sea así y, efectivamente, no me quiera en su vida.
Mis emociones dependen de mis pensamientos. No de listas, ni de que los demás me demuestren afecto.
Este año voy a practicar una elección consciente, como repaso y evaluación de mi situación.
Pensaré en todos a los que quiero yo.
¿¡Qué mejor regalo!?
#emociones #ansiedad #cumpleaños
