Como nieta mayor, empecé a llamarla Paquita, en vez de abuela. Y se quedó con -Paquita- para el resto de los nietos que fueron llegando.
Ayer hizo un año que nos dejó.
Cada día a las 12h escucho las campanas de una iglesia próxima a mi oficina, y me acuerdo de ella, sentada en su banco en el Carmen. En realidad, pienso en ella muchas veces al día.
Nunca entendí que le hiciera ilusión imaginar un futuro en el que ella no estuviera, y en el que yo fuera a la iglesia -a encargar una misa para mi abuela-. Me lo decía cuando era pequeña.
Era increíblemente devota de la Bendición de San Francisco. Confiaba ciegamente en que nos protegía a todos los que la llevábamos de cualquier mal. Nos las regalaba y nos las colocaba en imperdibles en cualquier sitio. Aparecen Bendiciones de San Francisco en distintos formatos por muchos de mis cajones y mochilas, al igual que sigo encontrando chicles sin azúcar en mis bolsos, esta vez, por obra de mi abuelo, aunque hace ya más de 5 años que lo echamos de menos. Me sonrío con estos hallazgos. A veces, me sonrío y trago. O me sonrío y lloro.
Este año me he fabricado mi propia agenda, con una libreta de Harry Potter que me ha cedido mi hija, y como veis, he pegado una Bendición de San Francisco detrás.
Va a ser un año fantástico.
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